
Variados, abundantes y muy autóctonos, son los ritmos que en esta nuestra región dejaron los antepasados. La música aborigen, por ejemplo la de la meseta Andina y tierradentro, revela pureza primitiva y alta calidad, a pesar de los burdos e inadecuados métodos que utilizaron para su ejecución. Pero aun así, a lo largo de la Colonia, prevaleció en la comunidad, que en sublimes exaltaciones preservó la herencia divina, a cuyo lado el hombre vivió empequeñecido.
Solo al llegar la “independencia” nacional, con sus cortejos de batallas y victorias, las tropas y los pueblos, la llevaron por los caminos de la gloria. Especialmente, la de la meseta Andina llamada hoy (música del interior), la que engrandecieron hasta lindar con el mito. A partir del momento en que lo heroico floreció, también la música nativa se condensó, con la semilla del mestizaje.
De 50 a 55 ritmos colombianos, ya definidos, se derivan más de dos centenares que, agazapados, corren por las elevadas cordilleras, estrepitosas cañadas, fecundas vegas, verdes valles, febriles praderas y zonas selváticas que están cubiertas con nuestro pendón tricolor. Existen otros, con influencia foránea y al sufrir el mestizaje, se han fundido en el corazón de la colectividad, la cual los tiene como nuestros y que los expertos denominan “afros”.
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